lunes, 14 de abril de 2014

CAPITULO 29


-Bueno, creo que se nos ha hecho muy tarde, mañana es lunes y todavía tienes que cenar. Otro día te contaré más.

-¡No mamá! –exclamó Patri mientras se agarraba a mi pierna.- Todavía es pronto y seguro que faltan muchos detalles y muchas partes importantes de la historia.

-Pero hija… -dejé la frase sin acabar porque no me pude resistir a sus adorables ojitos verdes que me hacían pucheros insistiendo silenciosamente y, sin remedio, proseguí el relato que había empezado sin querer esa tarde lluviosa de abril.

Mi hija, al parecer, estaba muy interesada en saber cómo conocí a su padre…

                                                             ღღღღღღღღ

 

-¿Dónde me llevas? –inspiré profundamente el aire fresco, que olía a lavanda y rosas.

Casi desde que nos habíamos levantado, Dani me había colocado una venda en los ojos que, por más que me quisiese quitar o buscar un resquicio para poder ver, me era imposible. Él me había insistido en que no hiciese trampas o la sorpresa perdería la gracia, así que le hice caso. No le puse pegas cuando noté como cambiaba mi pijama por una ropa que no sabía cuál era, aunque en ese momento si que note cómo mis mejillas tomaban el color de los tomates, y que aún me siguiese pasando eso después del tiempo que llevábamos juntos era lo que verdaderamente me daba vergüenza. Tampoco dije nada en ninguna de las ocasiones en las que, por sorpresa, posaba sus labios sobre los míos y me ordenaba levantarme y caminar a algún sitio. Pero cuando noté estar en el exterior y la situación se descontroló, me puse nerviosa. ¿A dónde pensaba llevarme con los ojos tapados?

Este juego de sensaciones acabaría volviéndome loca.

-Dani, ¿me puedo quitar la venda ya? –insistí por cuarta vez en el tiempo que llevábamos sentados en un banquito del jardín.

-Mira que puedes llegar a ser insistente… y hasta un poco cansina –dijo riéndose y dándome un toquecito en la nariz.- Al final conseguirás estropear la sorpresa que llevo pensando y planeando una semana.

Sonreí ante su respuesta. Que hubiese pasado tanto tiempo organizando esto me hacía sentir especial, cuidada y protegida, pero a la vez agrandaba un miedo que cada vez me costaba más reconocer. Y es que sentía un miedo atroz porque me daba cuenta de que me estaba enamorando demasiado, y después de todo lo ocurrido con Héctor me negaba a volver a sufrir por un hombre nunca más. Pero es que Daniel era especial, me hacía sentir única. Era siempre tan atento, amable y cariñoso… Por eso tenía tanto miedo, nunca sabes cuando todo lo bonito puede acabar así que al menos intentaba disfrutarlo al máximo siempre. Y si duraba toda la vida, pues sería mucho mejor, pero como el amor no es una ciencia cierta me había ordenado a mi misma no hacerme muchas ilusiones que a la larga me pudiesen hacer daño.

Un ruido potente y chirriante me sacó de mis pensamientos. No tardé en ubicar ese sonido tan familiar: era un coche que había parado cerca de nosotros. Oí cerrar una puerta y al instante noté como alguien me cogía la mano con delicadeza y me conducía hacia la derecha. Sabía perfectamente de quien se trataba sólo acariciando su palma con mi dedo índice, pero su voz me lo confirmó, ¿cuándo se había ido del banco y había ido a sacar el coche del garaje?

-Ten cuidado no te des en la cabeza. –me advirtió mientras me ayudaba a agacharme y sentarme en el asiento trasero del coche.

Cerró mi puerta y rápidamente abrió la suya para sentarse a mi lado. Al instante, arrancamos. Eso me descuadró. Si Dani no conducía, es que el coche tampoco lo había traído él, por eso no había notado que se iba. La verdad es que si estaba tratando de confundirme lo había logrado. Apoyé mi cabeza sobre su hombro derecho y me deje mecer por el vaivén del coche. El embriagante olor a vainilla del ambientador perfumaba los asientos traseros, haciendo que, irremediablemente, cayese en un profundo sueño.

Me desperté agitada, la pesadilla mientras dormía había sido demasiado real, y sin saber cuánto tiempo había pasado desde que había subido a aquel automóvil con chófer desconocido. Desorientada, alcé las manos para quitarme la venda negra que me seguía cubriendo los ojos, pero una mano me agarró la muñeca antes de que lo hiciese y, adelantándose a mi protesta, Dani me besó en los labios, haciendo que olvidase qué iba a decir.

-Ya hemos llegado, ahora ten cuidado al bajar –me advirtió mientras abría su puerta.
Yo todavía desorientada, me quede con los labios entreabiertos esperando un segundo beso que no llegaba. Intenté buscar el manillar para salir pero él se adelantó y me abrió la puerta.

-¿Y a dónde hemos llegado si se puede saber? –pregunté mientras me cogía al vuelo por la cintura y me bajaba al suelo.

-Lo sabrás cuando tengas que saberlo.

Otro beso en los labios para acallar mis preguntas, este más intenso, más frágil y más sentido. Este hizo que algo dentro de mi se removiese y que me diese cuenta de lo real que eran mis sentimientos. La verdad es que me podría acostumbrar a este juego.

Para asegurarse de que no me cayese mientras caminaba con la venda, Dani me pasó el brazo derecho por la cintura. Me estremecí al sentir su contacto. Es increíble cómo todos los sentidos se intensifican si ya no cuentas con el sentido visual. Intenté centrarme en encontrar alguna pista de dónde nos encontrábamos y agudicé el oído: había mucho barullo, mucho ruido de coches y cláxones sonando sin ton ni son. Nuestro coche arrancó y se alejó, dejándonos solos en aquel lugar. No había escuchado como Dani se despedía del conductor, pero si oía el sonido de unas ruedas al arrastrar, e intuí que era algo que Dani llevaba en la mano izquierda y que se deslizaba sin mucho sigilo por la acera.

Fue entonces cuando empecé a intuir cuál podía ser la sorpresa, ¿acertaría?

 

domingo, 6 de octubre de 2013

CAPITULO 28

Me despierto con cuidado de no despertarla. Sigue durmiendo ahí, a mi lado, como hace ya una semana. Y, aunque debería estar contento por tenerla más tiempo junto a mí, no consigo estar demasiado feliz. Desde lo que pasó en su casa con Héctor la noto distinta, más apagada y distante. Ella cree que no me he dado cuenta, que no sé que muchas veces finge una felicidad exagerada, pero sí me he dado cuenta y me duele el no saber qué hacer para ayudarla. No puedo verla así, me duele demasiado.

Haciendo el menor ruido posible me levanto de la cama y voy al baño. Allí me espabilo y cambio mi pijama por un bañador que había cogido de la habitación, cojo la toalla de piscina y bajo. Últimamente, desde que hace dos días abrieron la piscina de mi urbanización, bajo por las mañanas a nadar. Me ayuda a pensar, a tener unos instantes de serenidad bajo el agua. Además, a estas horas (como a casi todas, para qué mentir) la piscina está sola y eso aporta una tranquilidad absoluta. Dejo la toalla en la valla, me quito las chanclas y la camiseta y me sumerjo a la cristalina agua. Está fría, pero eso hace que me despierte del todo. Nado de un lado a otro, dejando que mi mente piense algo, algo para alegrar a Raquel de verdad. Coordino mi respiración con mis pensamientos y me dejo escurrir sobre el agua. Cuando creo que ya no puedo nadar más, se me ocurre. Eso es, es perfecto. Salgo por la escalera del lateral y me seco con la toalla que había dejado allí, siento una urgente necesidad de subir arriba y empezar el día, lo que se me ha ocurrido no puede esperar. De pronto, noto como una mano se posa suavemente en mi espalda. Cálida y suave me recorre la espalda todavía mojada. Sorprendido, me doy la vuelta.

Suspiro al ver que es ella. Raquel me mira con ojitos tiernos y cansados. Aunque ha intentado disimular poniéndose unas Converse, lleva todavía puesto la camiseta del pijama con unos shorts vaqueros. Se frota los ojos señal de que tiene todavía sueño, la verdad es que no entiendo por qué ha bajado a estas horas.
-Cielo, ¿qué haces aquí? –le digo mientras, intentando no mojarla, dejo que me abrace.

Ella, apoyada en mi pecho sin importar lo mojado que esté me contesta:
-Me desperté en cuanto te fuiste y no pude evitar mirar como nadabas desde la terraza –me dice mientras señala con la cabeza mi terraza que justo da a la zona de la piscina.- La verdad es que pareces un nadador profesional, es muy divertido.

Me rio ante su sinceridad y ante la imagen de ella viéndome nadar. Nunca se le pasaría por la cabeza lo que se me ha ocurrido mientras nadaba y ella me miraba.
-Bueno, vamos a subir y desayunamos algo, ¿no? –Ella asiente con la cabeza y, sin querer, se revuelve en un escalofrío que le pone la carne de gallina- Bueno, te preparé un chocolate calentito –le digo mientras pongo la toalla sobre sus hombros, intentando que entre en calor.

ღღღღღღღღ

Por fin llego a mi casa. Estoy cansada, esto de correr me mata. Hoy he hecho casi cinco kilómetros, no está mal. La verdad es que ahora no sólo es por estar en forma o por la “operación bikini”, también al correr consigo aclarar las ideas que surgen por mi cabeza.
No sé por qué últimamente no puedo parar de pensar en él, y eso me está matando. ¿Por qué no sale de mi cabeza? Necesito desconectar o me volveré loca, a esa conclusión he llegado después de mi carrera de hoy. Esta tarde, o antes si puedo, llamaré a Moni, necesito hablar con ella.

Me quito los deportivos y los dejo con cuidado en la terraza. Deshago la coleta que recoge mi largo pelo negro y lo dejo caer sobre mis hombros, ¿tal vez necesite un nuevo corte de pelo? Todo el mundo dice que cuando quieres cambiar algo en tu vida u olvidar algo, lo primero que haces es cambiar tu pelo. Tal vez me lo plantee.
Desayuno unos cereales y me pongo a ver la tele. Al rato me aburro, no hay nada interesante. Suspiro al recordar mi época televisiva, la verdad es que lo echo de menos. Echo de menos salir a la calle para cubrir cualquier de evento, hiciese frío, calor, lloviese o lo que me echasen; pero sobre todo echo de menos a mis compañeros: sus tonterías, su cariño... Y aunque sigo teniendo contacto con la mayoría, no es lo mismo. Echo de menos esos abrazos que me daban en un día que, como hoy mismo, no me sentía del todo bien. Otra vez vuelve a ocupar mi mente su imagen. Agito la cabeza. No. No puedo permitirme pensar en él. Tiene novia y yo ya tuve mi oportunidad. Un escalofrío me recorre. Sí, tiene novia y encima me cae bien. Seguramente si Raquel me cayese mal sería todo más fácil, pero es que encima es un amor de chica…

Otra tarde más salgo de trabajar. Ya hemos grabado el programa de hoy. A la salida me esperan varias chicas y, aunque hoy no tenga ganas de nada, ellas consiguen sacarme una sonrisa. Me hago las fotos que hacen falta hasta que les gusta cómo salen y me dejo abrazar. Ellas no lo saben, pero esos abrazos me reconfortan tanto hoy... Les doy las gracias y ellas me las dan a mi mientras me voy.
Llevo unos días mal, lo noto. Necesito desconectar o hablar con alguien o salir de la rutina o algo. El día a día me está comiendo.
Al llegar a mi coche me detengo, entre la multitud de personas que bajan a la parada de metro de al lado reconozco una cara. No sé por qué lo hago, cualquiera pensaría que hablar con ella sería el peor remedio, pero quiero hablar con ella. Esquivo gente que me mira extrañada, tal vez me hayan reconocido, pero eso me da igual. Quiero hablar con ella, todavía no entiendo por qué hace dos días tomaron esa decisión y él no me ha querido contar mucho. Sé que ella me contará más. Veo como está a punto de pasar el billete para poder pasar al andén y, antes de que lo haga y pierda toda posibilidad de hablar con ella, grito: ¡Raquel! Varias personas se giran para ver quién está gritando, y ella tarda algo más de tiempo en reaccionar y girarse. Cuando al fin lo hace, agito la mano indicándola que venga. Ella sonríe al tiempo que viene hacia mí, no entendía por qué, pero me daba la sensación que ella tampoco estaba del todo feliz.

Cuando llega hasta a mi me da dos besos y se muestra feliz por la coincidencia. Si ella supiese que hace unos minutos la había seguido por toda la estación y que no había sido tanta la coincidencia…
Subimos otra vez hacia la calle y nos vamos a un pequeño café que yo conozco donde estoy segura de que nadie nos molestará. Al llegar a la barra le pido a Paula, la camarera, dos capuccinos. Cuando los trae, Raquel y yo empezamos a hablar. Hablamos como si nos conociésemos de toda la vida, como dos amigas que se cuentan todo. En un momento Raquel saca el móvil y, con una sonrisa tonta, escribe algo a alguien. Sé perfectamente a quién escribe, pero intento mantener una buena cara. Cuando termina, suspira y me explica algo que no me imaginaba. Me cuenta lo que pasó hace dos días en su casa y que ahora está viviendo con Dani. Con esto último intento que no se me note el sentimiento que, confuso, sigue dentro de mí. También me cuenta que, aunque debería ser la mujer más feliz del mundo, no consigue estar del todo bien. Me confiesa que le preocupa que Dani sólo quiera que esté en su casa por compromiso, que ella cree que todo va muy rápido y que tiene miedo de estrellarse o de marearse por la velocidad. Sin quererlo, unas lágrimas empiezan a brotar de sus ojos y habla entrecortadamente. Yo me levanto del asiento y la abrazo, intentándola consolar mientras aguanto mis propias lágrimas.

Dada por terminada la charla nos despedimos prometiéndonos que nos llamaríamos si queríamos desahogarnos, y que estaríamos la una para la otra. Me dio las gracias mil veces y se fue. Yo seguí un rato en la calle, parada, mientras la observaba marchar hacia la estación. Cuando pude reaccionar, también tome rumbo a mi coche. No me imaginaba nada de la historia que acababa de oir...

De ese día hace ya casi una semana y ninguna de las dos hemos llamado a la otra aunque, yo misma lo sé, lo hayamos necesitado. Ese día también me di cuenta de que no solo yo lo estoy pasando mal, pero sigo queriéndome ir. Pienso que alejarme de aquí un tiempo será alejarme de la realidad.

Decido llamar a Moni como me había dicho que haría esta mañana, sé que ella me comprenderá y me apoyará, necesito saber que alguien me entiende. Después de una larga charla donde le cuento cómo me siento, omitiendo el por quién aunque se perfectamente que lo ha adivinado en el minuto cero, y ella me promete que sí, que podemos escaparnos las dos unos días a Barcelona a olvidarnos de todo. Se lo agradezco mil veces y cuelgo prometiendo que la llamaría esta tarde para acordar más cosas. He conseguido lo que quería, aunque sea por una semana, un fin de semana o el tiempo que sea, espero olvidarme de todo en Barcelona. Por fin, una sonrisa me sale sola. La primera sonrisa no forzada de la semana.

jueves, 12 de septiembre de 2013

CAPITULO 27

Apenada y herida como nunca había estado, mi mente no sabe cómo reaccionar. Quiero gritar, chillar, desahogarme. Siento unos deseos irreversibles de romper algo contra el suelo, de liberar adrenalina y desenredar el nudo que siento en el estómago. Me siento enfadada con Héctor por no querer salir de mi vida, pero sobre todo estoy enfadada con Lucía por haberme traicionado de ese modo.

Ella me miraba desde el sofá, temerosa y arrepentida, todavía buscando en sus labios temblorosos las palabras adecuadas. Daba igual lo que dijese, no lo quería escuchar. Sólo quería salir de allí. De repente esa sala se estaba volviendo agobiante y notaba como si las paredes cada vez se estuviesen acercando más. Creí por un momento que sentía tal lío en mi interior que me acabaría desmayando.
Ajeno a todo lo que estaba pasando, Dani seguía detrás de mí, con una mano sobre mi hombro. Le notaba tenso, pero saber que me apoyaba aún sin saber qué pasaba realmente era lo único que me hacía sentir bien de aquella situación. Su mano transmití seguridad y calidez, y me hizo recobrar la serenidad por unos instantes.

En la habitación nadie hablaba. Todos nos dedicábamos a mirarnos, buscando respuestas a preguntas sin formular. Fui yo quien rompió ese silencio sepulcral, aún con la voz ahogada por las lágrimas:
-No me lo creo –movía la cabeza negativamente, intentando sacar lo sucedido de mi cabeza, despertarme de la pesadilla-, no me lo creo. Es que no me lo creo.

-Rachel… yo… -Lucía por fin parecía haber recordado cómo hacer funcionar sus cuerdas vocales, pero no le di opción a decir nada más.
Salí disparada hacia mi habitación, seguida de Dani, que aún no sabía qué estaba pasando y miraba todo como si formase parte de una película. Me miraba a mí buscando una explicación, le prometí con la mirada que pronto entendería todo. Mientras él no soltaba mi mano.

“Rachel”… hacía tanto que no me llamaba así. Ese había sido mi mote cuando tenía quince años, pero ahora todos me volvían a llamar Raquel. Preferiría haberlo vuelto a oír en otras circunstancias. Cualquier momento mejor que aquel.
Al llegar a mi habitación cerré dando un portazo. Fue automático, ahora sólo sentía rabia. Dani me miró desconcertado. Se había sentado en la cama y con la mano palmeaba un hueco al lado suyo, invitándome a sentarme. Creí estar lo bastante serenada como para contarle todo, lo que no sabía era cómo reaccionaría. Me senté a su lado, todavía con la cabeza gacha. Él me elevó la barbilla con la mano, haciendo que le mirara a los ojos. Pude sentir que él me apoyaba y, recuperando todas mis fuerzas, empecé a explicarle la historia.

-Sé que no has entendido nada de lo que está pasando en el salón –me reí al imaginar todas las posibles hipótesis que se lo habrán podido ocurrir- así que te lo explicaré. Bueno, ella es Lucía, mi compañero de piso y mi amiga, –al decir esto puse un tono de voz irónico, haciendo ver que estaba muy enfadada con ella- y él es Héctor.
Al escuchar su nombre, Dani comprendió todo. Comprendió mi enfado y mis inevitables lágrimas. Su cara se tensó y se levantó de un salto de la cama. Adivinando sus intenciones, también me levanté y le agarré del brazo antes de que llegase a abrir la puerta.

-No Dani, eso no lo arreglaría –le miré fijamente a los ojos, haciéndole entender que sabía que pensaba hacer.
-¿Entonces qué quieres que haga? – dijo mientras seguíamos mirándonos a los ojos.

Manteniéndonos la mirada yo sentía lo mismo que la primera vez que le miré. Sentía que las piernas me temblaban y que mi mente no pensaba con rapidez. Simplemente mi mente se ponía en blanco y no lograba acordarme de nada. En mi cabeza sólo ocupaban mis pensamientos sus ojos verdes.

Además, esta vez sentía el doble esas sensaciones. Quería decirle lo que podía hacer, quería que supiese lo primero que se me pasó por la cabeza en cuanto vi la escena, pero tenía miedo. No sé exactamente por qué, pero tengo miedo de preguntárselo. Puede que por miedo a una negativa suya, eso me hundiría más aún, cosa que veo imposible. Pero necesitaba decírselo. Quería decírselo.
Respiro profundo. “Raquel, hay que armarse de valor” me digo a mí misma. Decidida y sin pensar. Cómo un salto al vacío. Decido decir lo que llevo pensando ya casi media hora.

-Hay una cosa que puedes hacer… -él me mira sorprendido e interesado mientras yo agacho la cabeza, mirando hacia mis pies. Necesito buscar las palabras adecuadas.- Verás, lo que necesito es salir de aquí. Dani… sé que es precipitado pero… ¿podría irme a vivir contigo? Aunque sólo fuese unas semanas. No soporto estar aquí… no… no puedo… es que…
Sin quererlo las lágrimas volvían a empapar mi rostro, esta vez de miedo. Dani lo notó y me estrechó contra su pecho. Sentí que ese era el lugar más seguro del mundo. Así, nada nos podría destruir. Apoyé mi cabeza en su hombro y empapé su camiseta de lágrimas. Su perfume me tranquilizó.

Mientras nos seguíamos abrazando y él me acariciaba la espalda de arriba abajo, consolándome, me susurró al oído:
-Claro que puedes venir a mi casa, tonta.

Yo despegué mi cara de su hombro y le miré. Mi sonrisa era la más sincera que nunca había tenido, aunque las lágrimas que aun se deslizaban por mis mejillas pudiesen decir lo contrario. No dude en besarle. Un beso salado por mis lágrimas, pero también un beso de compromiso, confianza.
Rápidamente busqué una bolsa y metí la ropa que vi necesaria. Además contaba con la que estaba en las bolsas tiradas en la puerta del salón. Una vez tuve todo lo necesario empaquetado entre la bolsa de viaje y una mochila que me colgué al hombro, salí decidida hacia el salón.

Allí las cosas ahora habían cambiado de aspecto. Héctor y Lucía, ya vestidos, estaban sentados en el sofá sin mirarse ni hablarse. El ambiente era tenso y se podía palpar en cuanto cruzabas el marco de la puerta. Intentando no transmitir ninguna emoción, seca e inflexible me limite a decir:
-Adiós.

Indiferente, recogí las bolsas de donde las había dejado y salí con Dani detrás de mí., que se despidió con un gesto de los dos. 
Al cerrar la puerta de mi piso me di cuenta realmente de lo que estaba haciendo. Abandonaba el que había sido mi hogar durante ya varios años. ¿Estaba haciendo lo correcto? Un escalofrío recorrió mi cuerpo. ¿Me equivocaba? Entonces me giré y pude ver a Dani apoyado en la pared del descansillo, esperando a que terminase de cerrar la puerta.
En ese momento estuve segura.

No me equivocaba con la decisión.

sábado, 7 de septiembre de 2013

CAPITILO 26

Me siento en el sofá todavía asimilando lo que acabo de ver. No entiendo nada. No entiendo a qué a quiere jugar haciendo ahora esto. Le vuelvo a llamar sin éxito, me vuelve a saltar el buzón de voz. Puede que se le haya acabado la batería o que simplemente no me lo quiera coger, no quiera saber nada de mí. Descarto la segunda opción, duele demasiado.

La cabeza me da vueltas, ayer pareció todo tan fácil.

La verdad, lo que me duele es que haya tomado una decisión sin mí, y no entiendo por qué. Lo único que ha dicho es la verdad y la única que le podía impedir decirlo era Raquel. Seguro que con ella si ha hablado. Es más, seguro que está ahora mismo con ella.
Frunzo el ceño extrañada, ¿estoy sintiendo celos? ¿Por qué? ¿Celos de Raquel? No, no puedo sentir celos de ella. Él la ha elegido. Me encanta la pareja que hacen, no hay más que añadir. Además, Raquel es la novia ideal, es perfecta. Incluso siendo torpe es encantadora. Entonces, ¿qué me ocurre?
Vuelvo a coger el Iphone que reposaba encima de la mesa y lo desbloqueo. Mi dedo, tembloroso sin motivo, pincha en el icono del Whatsapp y busca entre los contactos hasta por fin llegar al indicado. “Martínez Móvil”. Abro la conversación. Hace varias horas que no se conecta. Eso me alivia, por lo menos no estaba evitando mis llamadas. ¿Y qué hago ahora? ¿Le escribo? Puede que si le pongo algún mensaje, parezca demasiado desesperada por hablar con él. Pero necesito una respuesta a lo que ha pasado, ¿por qué ha llegado a la decisión de escribir ese tweet? Decidida, le envío el mensaje preguntándoselo. Pasan los minutos y sigue sin aparecer el segundo tick, ni la hora de última conexión cambia. Cansada, vuelvo a dejar el móvil en la mesa y me asomo a la ventana.
Fuera, entre edificios, se distingue una bonita puesta de sol. El cielo, casi al completo rosa, se deja invadir por nubes naranjas mientras la brillante esfera dorada desciende lentamente, escondiéndose tras los edificios. Unos pájaros vuelan sin rumbo hacia el horizonte, hasta ser sólo dos puntos negros en el contraste del atardecer. Cierro los ojos y respiro profundamente. Por  un momento me olvido de todo y dejo la mente en blanco. En Madrid ya huele a verano.

ღღღღღღღღ
Llegamos a mi casa. Una vez conseguimos aparcar nos dirigimos al portal cargados de bolsas, fruto de la gran tarde de compras. Los dos sonreímos mientras caminamos calle arriba. El sol desciende por los edificios dejando el cielo a su paso de un bonito color rosado, adornado con nubes naranjas.

-Mañana va a hacer bueno –digo de repente, sacando a Dani de sus pensamientos.
Este me mira extrañado, como si hubiese dicho la mayor locura del mundo, tal vez pensando que necesitaba un psiquiatra. Decido explicárselo:

-Mi abuela siempre me ha dicho que cuando se pone el Sol y el cielo se queda rosa, es que va a hacer bueno al día siguiente. –digo mientras señalo el atardecer que está teniendo lugar justo frente a nosotros, recortado entre edificios y cables de teléfono con zapatos colgados.

Dani asiente y, mientras me pasa un brazo por el hombro, me dice:
-Aunque mañana no luciese el sol, tu me alumbrarías el día.

En su cara veo en seguida el arrepentimiento por haber dicho algo tan cursi, pero mis ojos se iluminan. Ha sido precioso. Sin pensarlo me lanzo a besarle, dejando que nuestras siluetas contrasten con el cada vez más bajo Sol.
Hay instantes en los que piensas que nada puede salir mal. Te sientes protegido, aislado del mundo, nada te puede hacer daño. Eres feliz contigo mismo, con las personas que te rodean. Todo parece teñido de rosa, el mismo color del cielo. Todo parece irrompible pero a la vez tan frágil. Querrías aislarte en una burbuja y tener esa sensación todos los días. O mejor, aislarte en esa burbuja y no dejar que nadie te estropease el momento.  Te das cuenta de lo que puede durar un segundo. Cabes en la importancia de cada detalle. Piensas lo bonito que es ese lunar que tiene en el cuello. Sientes más esa sensación cuando te toca, como si descargase una corriente eléctrica sobre tu piel. Todo es suave. En ese instante, un ángel se ha quedado mirando y te regala unos segundos más. Todo lo negativo se va, en tu cabeza sólo hay espacio para la felicidad. Es lo más parecido a un oasis de tranquilidad en la vida.

Eso es exactamente lo que pienso cuando nos terminamos de besar y le miro a los ojos. Me doy cuenta que he encontrado uno de esos instantes y, por lo que él transmite, pienso que le ha pasado lo mismo. Nos miramos fijamente durante lo que parece una eternidad, conociendo nuestra intimidad por la mirada,, adentrándonos uno dentro del otro, sabiendo nuestros miedos, nuestras preocupaciones, y haciéndolas desaparecer. Noto como su mirada muestra decisión, pero también algo de miedo. Puede que miedo por un futuro que es demasiado grande como para intuir lo que puede pasar., tan inmenso como el océano e igual de peligroso. Entonces pienso en lo que dirá la mía y llego a la conclusión de que debe ser un reflejo de la de él.
Llegamos a mi casa, todavía sin decir palabra desde aquella mirada que reveló tantas cosas sin saberlo. Y, al pasar al salón, me doy cuenta de que no todo puede ser perfecto. De que el final tranquilo y feliz nunca existirá y de que no existen esas hadas que antes parecieron tan reales.

Dani viene corriendo al verme parada en la puerta del salón. Dejo caer las bolsas al suelo porque ya no tengo fuerzas ni para agarrarlas y noto como el mundo se me cae encima. Mis ojos no pueden evitar llenarse de lágrimas, aunque no son los únicos de la sala que están vidriosos.
Lucía me mira con esos ojos desde el sofá. Tapada con una sábana y blanca por la sorpresa, no puede evitar que sus ojos reflejen la culpa, la traición y el dolor. Se esconde como puede entre cojines, seguramente rezando para que se la trague la tierra. Intenta decir algo, pero las palabras no consiguen salir de sus labios. Sólo se escucha un leve murmullo indescifrable.

Mis mejillas no tardan en llenarse de lágrimas. ¿Cómo ha podido pasar? No, no me lo quiero imaginar. Noto como unos brazos me agarran de los hombros. Están tensos, sé que él no entiende ese número. No conoce a ninguno de los dos protagonistas.
-Raquel yo… -susurra una voz masculina desde el sofá.

Pero es tarde para cualquier clase de disculpas. El dolor se ha transformado en rabia.

Pensé que podría desaparecer de mi vida. Pensé que podría volver a ser feliz. Pensé que, con los años, cambiaría y sería capaz de perdonarle. Pero en ese mismo instante me doy cuenta de que Héctor nunca cambiaría.

jueves, 5 de septiembre de 2013

CAPITULO 25

Encontramos una cafetería lo bastante tranquila como para poder hablar sin que el ruido nos lo impidiese. Nos sentamos y pedimos dos cafés. Raquel todavía me miraba extrañada, aunque en sus ojos se reflejaba un poco de compresión. Creí adivinar que ya sabía de lo que íbamos a hablar y una vez más me sorprendió lo lista e intuitiva que era. La camarera llegó con el pedido. Raquel dio un sorbo a su cappuccino todavía ardiendo y rompió el silencio que se había creado:

-Bueno, ¿qué era eso que teníamos que decidir? –me preguntaba esto con los ojos muy abiertos, expectantes a mi contestación.
Me pensé bien qué decir, aunque sabía que Raquel intuía cuál era mi preocupación. ¿Por qué todo estaba resultando tan difícil? Era consciente de que con un simple tweet arreglaría el problema de hoy, pero también sabía que eso no contentaría a los paparazzi, al revés, seguramente les enfadaría haberse equivocado y volverían por otra exclusiva. Por eso tenía que preguntar otra vez a Raquel qué hacer, si aclararlo o no. Porque luego estaban esas dos chicas, que nos habían visto y podían decir todo por Twitter. ¿Por qué no podía cada uno limitarse a vivir su vida?
-Bueno Raquel, no sé si lo habrás adivinado, pero volvemos al tema de ayer –por la cara que puso supe que, efectivamente, ella ya se lo imaginaba y que no le gustaba nada el tema.
Acaricié su mano que estaba encima de la mesa mientras le contaba lo ocurrido en los probadores con las chicas, que nos habían visto. Le expliqué otra vez las opciones que teníamos y ella asintió pensativa. Miraba hacia nuestras manos, que aún seguían juntas, una encima de la otra. Acariciaba su anillo del dedo corazón mientras la dejaba pensar, no era una decisión que podía tomar a la ligera. Sentía cómo sus ojos intentaban retener las lágrimas. Apretó los labios y, después de dejar escapar un suspiro, subió la cabeza para volver a mirarme con sus ojos verdes y decirme.
-Desmiéntelo. Me da igual que al final terminen descubriendo lo nuestro, pero si les seguimos el juego, lo que conseguiremos serán titulares más jugosos para ellos como “Dani a dos bandas” o “Martínez, ¿no te decides?”. A la larga será peor para todos, pero sobre todo para ti, y yo no quiero eso. –vio que iba a replicar, pero antes de dejarme decir palabra hizo un gesto en la cabeza y siguió.- Un día me dijiste que esto podría llegar a pasar, y yo te dije que no me importaba. Hoy lo sigo manteniendo e incluso más firmemente que la otra vez. No me imagino mis días sin ti.
Raquel se frotó el ojo derecho donde una lágrima amenazaba con caer mientras yo seguía anonadado. No me esperaba una respuesta así, no me esperaba nada de lo que ha dicho, pero sobre todo, una frase resonaba con intensidad en mi cabeza. La oía constantemente, todavía pronunciada por su dulce y entrecortada voz, con su timidez: “No me imagino mis días sin ti”. Y si esa frase estaba rebotando en mi cabeza como una pelota era por una simple razón, a mi me pasaba lo mismo.
Decidido, saco mi móvil ante la atenta mirada de Raquel, que sigue bebiendo a sorbos su café. Dejo que mis dedos se deslicen ágiles por la pantalla mientras escribo el tweet decisivo. La verdad es que no me había metido en Twitter desde que pasó lo de la revista y no había podido ver la cantidad de menciones que me habían llegado preguntando si era verdad esa noticia o dándome la enhorabuena por mi nuevo “fichaje”. Miro el perfil de Cristina, pero resulta que ella tampoco ha twitteado desde ayer cuando se lo contamos. La verdad, es un alivio, porque así no contradiré algo que ella hubiese podido escribir anoche. Antes de darle a enviar le enseño lo que he decidido escribir a Raquel. Ella lo lee arrugando el entrecejo para ver mejor las letras que en la pantalla ponen: “Amigos, ha sido todo un malentendido, @CristiPedroche y yo sólo somos buenos amigos. A veces las cosas parecen lo que no son.” Ella asiente ante el mensaje que estaba a punto de publicar, dando así su aprobación. Corto y sencillo, con un contenido que dejaba claro lo que quería decir, o al menos eso esperaba. En unos segundos el tweet se cuelga. Dejo el teléfono en medio de la mesa, entre los dos.
No sabemos exactamente qué estamos esperando que pase, pero en seguida me empiezan a llegar mensajes de todo tipo. Algunos piden que sea verdad, que les encantaría verme saliendo con Cris. Ante estos mensajes Raquel pone mala cara. Otros ponen que si entonces sigo soltero, y en estos los dos nos reímos mientras nos besamos, dando así una respuesta a esa persona que nunca verá.
Pagamos y salimos de la pequeña cafetería, ahora más relajados. No hemos dicho nada, ni tampoco era estrictamente necesario, pero entre los dos parece haber una sensación distinta, como de libertad. Ahora si nos pillan no pasa nada, nadie podría mirarnos con mala cara a ninguno. Nada malo puede pasar.

Nos dirigimos a la salida de la mano cuando pasamos delante de una tienda que me hace parar. Raquel me mira sorprendida. Yo le aguanto la mirada divertido mientras le digo:

-¡Oye! En esta no hemos entrado, ¿no?

Ella se ríe y me da un pequeño puñetazo en el brazo cariñoso mientras sus mejillas adquieren ese color rojizo tan característico de ella cuando no controla la situación. Yo sigo picándola con voz divertida:
-Venga, lo que te compres aquí invito yo. Eso sí, te lo pruebas esta noche, ¿eh?

Ella vuelve a reírse, pero no se resiste cuando la llevo dentro de la tienda en cuyo cartel pone: “Women Secret”.  Todavía roja de vergüenza Raquel avanza por los pasillos mientras yo la sigo detrás ante la atenta mirada de las clientas que son todas mujeres y me miran como un invasor en su espacio. Agobiado entre tanta lencería de satén, sujetadores y bikinis, cojo un conjunto cualquiera y se lo enseño a Raquel. Ella no puede evitar reírse al ver que he cogido un conjunto compuesto por una faja y un sujetador carne que parecen de abuela. Mientras dejo lo que he cogido sin saber en una estantería, ella rebusca mejor y me enseña uno rojo, con el sujetador de encaje y el tanga a juego. Se lo pone encima de su ropa y me dice pícara, ya casi sin la vergüenza de antes:

-¿Me pruebo este o el tuyo?

Yo hago ver que dudo, pero sólo hace falta que me ría para que Raquel vaya corriendo a los probadores con el que ella ha cogido. La espero fuera en un banco que hay justo enfrente del probador de cortinas negras donde se ha metido. En poco tiempo su cabeza asoma entre las cortinas, dejando caer el pelo a un lado.

-Dani, ven –me susurra divertida. Al ver mi cara extrañada me dice más bajito aún- ¿Vienes o quieres que me pasee con el conjunto por toda la tienda?

Dos chicos que están igual que yo, esperando a sus novias nos miran divertidos, tal vez esperando a que Raquel salga por fin. Decido no concederles ese placer y me meto dentro del probador con Raquel.
El probador no es que sea muy grande, por lo que nuestros cuerpos es inevitable que se rocen. Me aparto un poco para poder ver bien a Raquel. Si antes pensaba que cualquier prenda de ropa le queda bien, ahora estoy más seguro que cualquier conjunto de lencería le va como un guante. El color rojo del conjunto resaltaba en la piel no muy bronceada de Raquel. El sujetador hacia que, aunque Raquel no tuviese mucho pecho, el que tenía realzase más. Ese conjunto parecía realzar cada lunar de la piel de Raquel, sobre todo ese de la cadera, que marcaba el límite con la goma del tanga. Me dejé perder por sus curvas y, cuando me recuperé de la impresión, la volví a mirar a los ojos. Sin pensarlo empecé a besarla. Ella se echó hacia atrás hasta que la pared le impidió retroceder más, provocando un golpe sordo que seguramente se escuchó en toda la tienda. No nos importó, nos dejamos llevar por la pasión del momento. Yo le revolvía el pelo, le besaba en el cuello y ella se dejaba hacer. “No puedes llegar más lejos, Martínez” me decía una voz en mi interior, “estás en un probador, recuérdalo”. Y aunque mi cerebro dijese eso, mi cuerpo no tenía fuerzas para hacerle caso. Era imposible despegar mi boca de la de Raquel. Fue cuando ella abrió los ojos y recordó donde estábamos cuando paramos. Ella aún jadeante me susurró al oído:

-No te preocupes, esta noche misma lo estreno.

Yo no dudé en mi contestación:
-Si te lo pones esta noche, no va a durar ni cinco minutos en tu cuerpo. –ella soltó una risita nerviosa y me dio un pico rápido mientras con una mano, cariñosamente, me echaba fuera del probador.

Al salir los chicos, que todavía estaban fuera, me miraron con suspicacia y yo les sonreí distraídamente, haciéndoles entender que lo que ellos pensaban que había pasado era lo que realmente había pasado. Raquel tardó menos en salir que de costumbre y fuimos a la caja a pagar. Cuando fue nuestro turno, Raquel puso el conjunto en la caja y rebuscó en el bolso su monedero. Cuando al fin lo encontró y lo sacó, yo ya me había adelantado y había pagado el conjunto, que ahora estaba metido en una pequeña bolsa rosa con el nombre de la tienda en un lateral. Raquel me miró sorprendida.
-Un trato es un trato –me limité a decir.

Salimos del centro comercial y una vez en el coche le pregunté cuál era la próxima parada.
-Pues, primero deberíamos dejar las bolsas en mi casa, ¿no? No está muy lejos de aquí.

Yo asentí, pero antes de arrancar el coche y poner rumbo a la dirección indicada, Raquel se inclinó sobre mí, haciendo que sus labios casi rozasen los míos mientras decía:

-Luego… Tú decides si quieres que vaya a tu casa. –al terminar de decir esto me sonrío con esa sonrisa suya de lado que me volvía loco.
Mi única respuesta fue un beso.

miércoles, 28 de agosto de 2013

CAPITULO 24


En cuanto termina la grabación voy directo a mi camerino, he quedado con Raquel en media hora en Gran Vía y no quiero llegar tarde. Me cambió lo más deprisa que puedo y salgo. Me despido de los compañeros con los que me cruzo, la mayoría felices ya porque en dos días se acaban por fin las grabaciones de la temporada. Salgo por la puerta de cristal que lleva al parking, aunque al abrirla una chica alta, pelirroja, entra al edificio a la vez que yo intento salir. Casi nos chocamos y nos reímos mientras yo me aparto y la dejo pasar, no me fijo mucho en ella, pero juro que me ha guiñado el ojo mientras pasaba por mi lado, bastante más cerca de mi cuerpo de lo que el pasillo exigía. He de reconocer que es muy guapa, enfundada en unos pitillos muy ajustados y tal vez con demasiado escote como para ir a trabajar. No le doy importancia, ahora mi mente sólo piensa en Raquel.

Es al salir del edificio cuando la veo. Viene corriendo hacia mí como una niña pequeña, dejando que su cabello vuele grácilmente por el aire. Luce la mayor de sus sonrisas y en cuanto se acerca a mi no me da tiempo ni a saludar, cuando nuestros labios ya están juntos. Más juguetona que de costumbre, me muerde el labio inferior mientras me mira con esa mirada que me vuelve loco, esta vez pícara. Yo entonces la agarro del trasero y hago que se suba a mi cintura, enroscando sus piernas alrededor mío. Como no tengo fuerza suficiente como para aguantar su peso, apoyo su espalda en la pared más cercana del parking, disminuyendo así aún más la distancia entre los dos. Haciendo que la tela de su vestido se junte con la de mi camiseta. Ella sigue jugando, revolviendo mi pelo. Percibo por el rabillo del ojo a tiempo que uno de los guardias de seguridad viene hacia nosotros y, rápidamente, hago que Raquel se baje y se ponga a mi lado, justo a tiempo para que no nos pillase. Los dos saludamos y nos miramos, cómplices de que casi nos pillan demasiado fogosos para estar en un lugar público. Cuando el guardia termina de pasar me giro hacia Raquel que sigue apoyada en la pared y poniendo un brazo por encima de su cabeza le digo:

-Bueno, déjame adivinar: el puesto es tuyo. –ella me mira sorprendida, seguramente no creía que me acordaría de que tenía una entrevista y yo la sonrío divertido.

Se muerde el labio mientras me aguanta la mirada y me contesta emocionada:

-¡Sí! Además trabajo en una de mis secciones favoritas, ¡es perfecto!

-Me alegro mucho. –y sin que se lo espere la cojo de la cintura y le doy una vuelta, elevándola por el aire como una niña. Haciendo que la falda del vestido gire y se despegue de sus piernas. Ella se ríe por aquel gesto tan espontáneo- Algo habrá que hacer para celebrarlo, ¿no? –le digo en cuanto la vuelvo a dejar en el suelo.

Ella, que tenía una mano en la cabeza para hacerme creer que se había mareado, me mira con los ojos muy abiertos y despacio me dice:

-Bueno… pensé que a lo mejor tenías que hacer cosas y por eso he venido hasta aquí. La verdad es que ya tenía pensado qué hacer esta tarde… Pero tal vez no te apetezca.

Yo la miré sorprendido, ¿no me había mandado ella un mensaje diciendo que si quedábamos? Entonces caí en que lo que en realidad quería era esto, darme una sorpresa aquí. De todas formas, ¿qué tendría que hacer para que pensase que no me apetecería? No pude contener la duda dentro de mi cabeza y se lo pregunté:

-¿Y qué va a ser tan aburrido como para que no me apetezca pasar la tarde con mi chica? –noto que al pronunciar las palabras ‘mi chica’ sus ojos se iluminan, la verdad es que  no lo he pensado, me ha salido solo. Y la verdad, me ha gustado mucho como ha sonado. ‘Mi chica’. Mis pensamientos me hacen sonreír, pero es su voz contestándome la que me devuelve a la realidad.

-Bueno… había pensado ir de compras… Casi no tengo ropa de verano. –dice mirando hacia abajo, tal vez avergonzada por no haber contado conmigo en sus planes de esta tarde.

Entonces sin evitarlo, empiezo a reírme y al ver su cara de asombro por mi reacción, se lo explico:

-Raquel… si es que a mí no me importa ir de tiendas. La verdad es que me gusta, así que si me dejas, te acompaño.

Ella no esconde su felicidad por mi contestación y me abraza mientras da saltitos de alegría. Yo aparto un poco la cabeza y la beso.

-Bueno, ¿vamos en tu coche? –me dice mientras señalaba con la cabeza mi coche que está aparcado unas plazas más allá de donde nos encontramos, mientras todavía no quita los brazos de mis hombros.

-Claro. –respondo. Y vamos hasta el coche de la mano. Ella sonriente como nunca, y yo feliz de verla así.

Aparco en el primer sitio que encontramos en el centro comercial que me ha indicado Raquel. Parece grande pero tranquilo, no hay muchos coches en el parkimg. Caminamos hasta la entrada y Raquel me guia entre pasillos llenos de gente, tiendas y cada vez cargados con más ropa y bolsas que me toca llevar a mí. Al final resultó una rutina: entrábamos en una tienda, Raquel revoloteaba por los estantes buscando la ropa que más le gustaba, se metía en el probador, me hacía un pase de modelos en el que yo siempre le decía que todo le quedaba bien, y es que no mentía, Raquel tenía un cuerpazo y cualquier cosa le iba como un guante. Al final se llevaba casi todo lo que había cogido y pagaba. Pero en una tienda el esquema se rompió.

Raquel estaba probándose un vestido verde precioso, ajustado hasta la cintura y con falda de vuelo hasta las rodillas, aunque asimétrico por la parte de atrás que la falda de raso era más larga. Sabía que le sentaría genial, yo mismo le había cogido de la estantería para que se lo probase, y esperaba apoyado en la pared de enfrente mientras intuía por las sombras de las cortinas cómo Raquel se iba quitando la ropa para probarse el vestido. Entonces aparecieron dos chicas. Tendrían unos 16 años, iban riéndose a carcajadas y llevaban los brazos llenos de ropa para probar. Una era rubia, esbelta, seguramente la envidia de sus amigas y la otra más bajita y un pelín rellenita, con el pelo castaño y gafas finitas. Ambas vestían con vaqueros cortitos y camisetas de dibujos. Cuando pasaron enfrente de mí la chica con el pelo castaño se paró y le susurró algo en el oído a la otra. Esta se giró curiosa y supe entonces que me habían reconocido. Efectivamente se acercaron y me pidieron una foto, yo les dije que sí encantado y posé con una sonrisa con las dos. La chica rubia, más atrevida, incluso me pidió dos besos que yo le di, lo primero la educación. Cuando terminaron se apartaron un poco pero no se metieron en ningún probador. Eso me pareció extraño, ¿para qué llevaban entonces tanta ropa? Ellas seguían susurrando cosas y se reían, mientras de vez en cuando se atrevían a echar una nerviosa mirada a donde yo estaba. Yo todavía seguía sin entender nada cuando Raquel descorrió la cortina de un tirón y dio varias vueltas hasta acercarse a mí y preguntarme al oído qué tal le quedaba. Yo cogiéndola de la mano la aparte hacía atrás y le hice dar un par de vueltas, hasta acercarla otra vez hacía mí y susurrarle que era perfecto y que parecía hecho a medida. Ella se metió feliz en el probador, con la intención de comprar ese vestido, y no fue hasta entonces que me di cuenta de lo que había pasado, recordando aquella revista. Las chicas pensaban encontrarse en ese probador a Cristina, y por eso curiosas habían seguido esperando allí. Pero claro, ahora su cara mostraba una incredulidad completa al haber presentado mi escena con Raquel, en la que se veía claramente que no sólo podía ser mi amiga. Además Raquel era una desconocida, y eso la debía desconcertar más. Ellas también se dieron cuenta de que las había descubierto y salieron rápido hacia la salida de los probadores, dejando la ropa que llevaban en el carrito donde dejas la ropa que no te quieras llevar, ante una sorprendida dependienta que no entendía nada. Raquel salió en ese momento con el vestido en la mano y debió notar algo en mi cara porque me preguntó:

-¿Qué ha pasado? ¿Me he perdido algo?

Yo solo fui capaz de responder:

-Paga eso y vamos a tomar algo, creo que tenemos que tomar una decisión importante. –mientras decía esto, Raquel seguía sin comprender nada, pero debió de notar que no estaba bromeando, porque su rostro se puso serio. ¿Qué estaría pensando que quería decirle?

lunes, 5 de agosto de 2013

CAPÍTULO 23


Me quede quieta con los platos todavía en la mano. ¿Había oído bien lo que Dani acababa de gritar? Sabía que sentía eso, o al menos lo intuía porque yo sentía lo mismo, pero nunca me lo había dicho, ni menos gritado. Querría salir corriendo, abrazarle y gritarle que yo también le quiero, pero sé que ya habrá salido corriendo hacia el coche y no le pillare, así que me contengo. 

Termino de recoger toda la cocina y voy a la habitación a vestirme. Me quito su camiseta, por lo menos al verme así vestida se rió, eso era lo que pretendía. Me calzo las botas y me arreglo el vestido, aunque antes de salir por la puerta me doy cuenta de que no ha hecho la cama. Estiro las sábanas como puedo y la dejo más o menos arreglada. Antes de irme a la calle paso por el baño para arreglarme un poco ante el espejo y me doy cuenta que en una baldosita de cristal hay un frasco de colonia. La cojo con cuidado y me echo un poco en las muñecas, las froto y huelo. Sonrío al instante, he dado en el clavo, es su perfume. Pienso que así me acompañara a la entrevista de trabajo y, quien sabe, quizá me de suerte.

Salgo de la casa cogiendo las llaves que había dejado en la entrada y mi bolso. Bajo las escaleras andando, nunca está de más hacer ejercicio. En el portal saludo a un señor mayor que llegaba de hacer su compra diaria y le ayudo sujetándole la puerta para que pueda pasar, él me sonríe aunque se le nota en la mirada que no sabe quién soy. Yo le regalo mi mayor sonrisa, que hoy salen solas. Camino en dirección a la parada de metro más cercana y cojo el primer tren que pasa hacia Gran Vía. Una vez llega a la parada subo las escaleras más animada que nunca, positiva como nunca he estado, estoy segura que me cogerán, lo presiento. Y no es que sea ningún trabajo maravilloso, es para trabajar como dependienta en la Casa del Libro, pero amo leer y siempre he querido trabajar rodeada de libros.  

Justo a diez metros de la tienda me choco con una chica que estaba mirando hacia otro lado y algo se le cae de las manos. Instintivamente me agacho para ayudarla a recogerlo mientras ella se disculpa por la torpeza. Al ver de qué objeto se trata la miro. ¿Cómo no la había reconocido de lejos? Le doy el micrófono de YU! a la vez que ella también se da cuenta de quién soy yo. Nos reímos por la coincidencia y nos damos dos besos, prometiéndonos llamarnos un día de estos y seguir hablando de un tema que ya salió en su casa. No puedo entretenerme más porque tengo la entrevista en cinco minutos, Cris lo comprende y me deja ir, aunque gritándome una vez cuando ya me he alejado que la llamé, ante el atento cámara, que no comprende nada de lo que acaba de pasar, ni mucho menos quien era yo para que Cris me conociese y tuviese esa confianza conmigo. 

Entro en la tienda pensando en la casualidad que acaba de ocurrir hasta que caigo en que los estudios de los 40 están en la acera de enfrente y que Cris siempre grabara por esta zona. Me acerco a uno de los mostradores para preguntar a dónde me tengo que dirigir, ya que sólo tengo como información que es a esta hora y en este lugar la entrevista. 

-Perdona, tengo una entrevista, ¿a dónde tengo que ir? -pregunto amable a la chica que, en la caja, se dedica a ordenar libros no comprados.

La chica que está en el mostrador, no más mayor que yo, con un pelo rubísimo que le llega casi hasta la cadera y que, según el cartelito que lleva colgado en el uniforme, se llama Eva, me señala a otra chica más mayor y un tanto regordeta que lleva una carpeta en la mano, indicándome que es ella quien lleva el tema de las entrevistas. Le doy las gracias y me dirijo hacia allí.

Esquivo las estanterías repletas de libros que me separan de ella, ahora más nerviosa que antes. Justo cuando llego a su lado, y sin sí quiera darme tiempo a llamarla, se da la vuelta y se dirige a mí. Tiene una melena color caoba por encima de los hombros y unas gafas de pasta color azul esconden sus ojos del mismo color. Según el cartelito ella se llama Beatriz, aunque parece que ella no necesita ningún cartel para saber mi nombre:

-Eres Raquel, ¿verdad? -asiento tímida y nerviosa con la cabeza. Después de examinarme de arriba a abajo dice- Esta bien, leímos tu currículum el otro día, no hace falta entrevista, estas dentro. 

Al oír aquello casi salto de la alegría. No sé que abran visto en mi curriculum para aceptarme en el acto, pero da igual. Sabía que hoy todo saldría bien, mi optimismo ganaba puntos por momentos. Decido contenerme, no vaya a ser que piensen que estoy loca.

-Gracias, mil gracias -digo sin poder contener la emoción-. ¿Cuándo empiezo? 

-Si quieres, puedes empezar hoy mismo -me responde Bea-. Te he asignado la zona juvenil, yo hoy te enseño como va todo y así ya mañana te podrás apañar tu sola, ¿te parece? Por cierto, soy Beatriz, pero puedes llamarme Bea -me dijo como si no hubiese sido capaz de leer el cartel. 

-Encantada -respondo amablemente mientras le estrecho la mano.  

Me guía a través de los pasillos para empleados y me da el uniforme para que me cambie y me ponga a trabajar cuanto antes. En menos de cinco minutos estoy vestida con mi nueva ropa y lista para el trabajo, ahora con más energía que nunca, y es que hace cinco minutos, mientras me cambiaba, había echado una hojeada al móvil, descubriendo un Whatsapp en el que ponía:
 
Siento haberme ido de esa manera, ¿esta tarde quedamos? Te quiero.

Yo solo le había contestado con un "Ok, te quiero" porque tenía planeado una sorpresa y no quería descubrirle más detalles. Pero lo primero era lo primero y habría que pasar una primera jornada de trabajo rodeada de mis nuevos compañeros, los libros, eso sí, estaba completamente segura de que no me le podría sacar de la cabeza ni un momento.