-Bueno, creo que se nos ha hecho muy tarde, mañana es lunes
y todavía tienes que cenar. Otro día te contaré más.
-¡No mamá! –exclamó Patri mientras se agarraba a mi pierna.-
Todavía es pronto y seguro que faltan muchos detalles y muchas partes
importantes de la historia.
-Pero hija… -dejé la frase sin acabar porque no me pude resistir a sus adorables ojitos
verdes que me hacían pucheros insistiendo silenciosamente y, sin remedio,
proseguí el relato que había empezado sin querer esa tarde lluviosa de abril.
Mi hija, al parecer, estaba muy interesada en saber cómo conocí a su padre…
ღღღღღღღღ
-¿Dónde me llevas? –inspiré profundamente el aire fresco,
que olía a lavanda y rosas.
Casi desde que nos habíamos levantado, Dani me había
colocado una venda en los ojos que, por más que me quisiese quitar o buscar un
resquicio para poder ver, me era imposible. Él me había insistido en que no
hiciese trampas o la sorpresa perdería la gracia, así que le hice caso. No le
puse pegas cuando noté como cambiaba mi pijama por una ropa que no sabía cuál
era, aunque en ese momento si que note cómo mis mejillas tomaban el color de
los tomates, y que aún me siguiese pasando eso después del tiempo que llevábamos juntos era lo que verdaderamente me daba vergüenza. Tampoco dije nada en ninguna de las ocasiones en las que, por sorpresa, posaba sus labios sobre
los míos y me ordenaba levantarme y caminar a algún sitio. Pero cuando noté estar en el
exterior y la situación se descontroló, me puse nerviosa. ¿A dónde pensaba llevarme
con los ojos tapados?
Este juego de sensaciones acabaría volviéndome loca.
-Dani, ¿me puedo quitar la venda ya? –insistí por cuarta vez
en el tiempo que llevábamos sentados en un banquito del jardín.
-Mira que puedes llegar a ser insistente… y hasta un poco
cansina –dijo riéndose y dándome un toquecito en la nariz.- Al final
conseguirás estropear la sorpresa que llevo pensando y planeando una semana.
Sonreí ante su respuesta. Que
hubiese pasado tanto tiempo organizando esto me hacía sentir especial, cuidada
y protegida, pero a la vez agrandaba un miedo que cada vez me costaba más
reconocer. Y es que sentía un miedo atroz porque me daba cuenta de que me estaba
enamorando demasiado, y después de todo lo ocurrido con Héctor me negaba a
volver a sufrir por un hombre nunca más. Pero es que Daniel era especial, me
hacía sentir única. Era siempre tan atento, amable y cariñoso… Por eso tenía
tanto miedo, nunca sabes cuando todo lo bonito puede acabar así que al menos
intentaba disfrutarlo al máximo siempre. Y si duraba toda la vida, pues sería mucho mejor, pero como el amor no es una ciencia cierta me había ordenado a mi misma no hacerme muchas ilusiones que a la larga me pudiesen hacer daño.
Un ruido potente y chirriante me
sacó de mis pensamientos. No tardé en ubicar ese sonido tan familiar: era un
coche que había parado cerca de nosotros. Oí cerrar una puerta y al instante
noté como alguien me cogía la mano con delicadeza y me conducía hacia la
derecha. Sabía perfectamente de quien se trataba sólo acariciando su palma con
mi dedo índice, pero su voz me lo confirmó, ¿cuándo se había ido del banco y
había ido a sacar el coche del garaje?
-Ten cuidado no te des en la
cabeza. –me advirtió mientras me ayudaba a agacharme y sentarme en el asiento trasero
del coche.
Cerró mi puerta y rápidamente
abrió la suya para sentarse a mi lado. Al instante, arrancamos. Eso me
descuadró. Si Dani no conducía, es que el coche tampoco lo había traído él, por
eso no había notado que se iba. La verdad es que si estaba tratando de
confundirme lo había logrado. Apoyé mi cabeza sobre su hombro derecho y me deje
mecer por el vaivén del coche. El embriagante olor a vainilla del ambientador
perfumaba los asientos traseros, haciendo que, irremediablemente, cayese en un
profundo sueño.
Me desperté agitada, la pesadilla mientras dormía había sido demasiado real, y sin saber cuánto
tiempo había pasado desde que había subido a aquel automóvil con chófer
desconocido. Desorientada, alcé las manos para quitarme la venda negra que me
seguía cubriendo los ojos, pero una mano me agarró la muñeca antes de que lo
hiciese y, adelantándose a mi protesta, Dani me besó en los labios, haciendo
que olvidase qué iba a decir.
-Ya hemos llegado, ahora ten
cuidado al bajar –me advirtió mientras abría su puerta.
Yo todavía desorientada, me quede con los labios entreabiertos esperando un segundo beso que no llegaba. Intenté buscar el manillar para salir pero él se adelantó y me abrió la puerta.
-¿Y a dónde hemos llegado si se
puede saber? –pregunté mientras me cogía al vuelo por la cintura y me bajaba al
suelo.
-Lo sabrás cuando tengas que
saberlo.
Otro beso en los labios para
acallar mis preguntas, este más intenso, más frágil y más sentido. Este hizo que algo dentro de mi se removiese y que me diese cuenta de lo real que eran mis sentimientos. La verdad es que me podría acostumbrar a este juego.
Para asegurarse de que no me
cayese mientras caminaba con la venda, Dani me pasó el brazo derecho por la
cintura. Me estremecí al sentir su contacto. Es increíble cómo todos los
sentidos se intensifican si ya no cuentas con el sentido visual. Intenté
centrarme en encontrar alguna pista de dónde nos encontrábamos y agudicé el
oído: había mucho barullo, mucho ruido
de coches y cláxones sonando sin ton ni son. Nuestro coche arrancó y se alejó,
dejándonos solos en aquel lugar. No había escuchado como Dani se despedía del
conductor, pero si oía el sonido de unas ruedas al arrastrar, e intuí que era algo que Dani
llevaba en la mano izquierda y que se deslizaba sin mucho sigilo por la acera.
Fue entonces cuando empecé a
intuir cuál podía ser la sorpresa, ¿acertaría?